El capítulo anterior se refirió a los cristianos gnósticos. En este capítulo continuamos con los principales movimientos cristianos que compitieron con lo que después sería el
cuerpo principal de la Iglesia, durante los siglos II y III.
El cisma marcionita
Los cristianos de
cultura griega tenían dificultades para entender por qué el cristianismo debía
o necesitaba aferrarse a sus orígenes judaicos y a las escrituras judías.
Consideraban que el Antiguo Testamento, tenido entonces como únicos libros
sagrados en casi todas las Iglesias, en la versión griega llamada de los
"setenta", era un documento bárbaro, oscuro y repugnante, y sin relación
con el mensaje de Jesús.
Medalla con la imagen de Marción, |
Marción disputó
con las autoridades cristianas de Roma en el año 144 y decidió finalmente separarse de la Iglesia de Roma y
fundar su propia comunidad en la capital. Constituyó en casi todas partes
Iglesias de su doctrina, opuestas a las ya existentes. Las Iglesias marcionitas
eran comunidades muy fraternales, unidas frente a un mundo hostil, y el
marcionismo tuvo un éxito aún mayor que el del gnosticismo. Pero la creencia en
el celibato era necesariamente fatal para cualquier secta, a pesar de lo cual
las Iglesias de su secta sobrevivieron aún
por varios siglos en el Imperio Romano, en Persia, Mesopotamia y Arabia.
Marción murió
hacia el año 160, y no sobrevivió ninguna de sus obras. Solo se sabe de su pensamiento a través de obras de
Tertuliano, el más destacado de sus adversarios ortodoxos, quien lo denunció como
hereje, y con quien no se conoció, pues
pertenecieron a generaciones distintas. Solamente a costa de un esfuerzo
considerable, con el paso del tiempo y posteriormente con el apoyo y la fuerza bruta del Imperio Romano, pudieron las
Iglesias ortodoxas recuperarse y neutralizar las ideas marcionitas.
El cisma montanista
Desde sus
inicios, en el cristianismo siempre había sido muy importante el
"carisma" (dones especiales de Dios como el don de lenguas,
profecías, curaciones, etc.), y desde la época de Pablo, las Iglesias
cristianas eran comunidades en las que el espíritu cristiano actuaba a través
de los individuos, mas que a través de una jerarquía organizada en la que se
ejercía la autoridad mediante el cargo.
Pero a medida que avanzaba el siglo II, las Iglesias se jerarquizaron
más y más, lo cual no fue del agrado de muchos cristianos.
En la segunda
mitad del siglo II, durante el reinado del emperador Antonino Pío entre los
años 160 y 170, nació un tercer movimiento cristiano cuando Montano, un cristiano carismático de Asia Menor, junto con dos profetisas, Prisca y Naximila,
pretendieron tener revelaciones especiales y predicaron el arrepentimiento y la
santidad, como había hecho el mismo Jesús. Profetizaron en la provincia de
Frigia (hoy Turquía) anunciando el fin del mundo, el inminente reino milenario de Cristo y la
llegada de la Jerusalén celestial. El trío profético se creía verdadero
portavoz del Espíritu Santo, y predicaba una rígida virtud, la abstinencia del
sexo, de la comida y de la bebida, una disciplina rigurosa y la disposición al
martirio, pues los hombres debían prepararse para la segunda venida de Cristo
al mundo. Era otra versión del mesianismo. Los judíos habían esperado el
advenimiento del Mesías de generación en generación, y ahora los cristianos
esperaban el segundo advenimiento de
Jesús, de generación en generación. Y en estos dos mil años, en cada generación
no ha faltado quien predique la inminencia del segundo advenimiento ni quienes
lo crean.
Muchos de los
montanistas y de los partidarios más cercanos de Montano eran mujeres, a las
que frecuentemente se les asignaron cargos eclesiásticos. La necesidad de
combatir el montanismo sin duda influyó en la decisión de los cristianos ortodoxos de excluir a las mujeres
del sacerdocio. También se acusó a los montanistas de destruir el matrimonio y
de austeridad excesiva; pero tenían tal nivel moral que Tertuliano, el azote de
los herejes, se adhirió al movimiento hacia el año 205 y escribió en defensa de
algunas tesis montanistas.
El montanismo
penetró profundamente en las Iglesias de Asia Menor, gracias a los importantes recursos que le proporcionaban
sus adeptos y a la excelente organización que Montano le dio. Los obispos
excomulgaron a los montanistas y con
muchas dificultades los redujeron a la condición de secta minoritaria,
aunque hubo casos en los que la
comunidad entera se pasó al montanismo. El movimiento siguió expandiéndose y
llegó a Roma y Lyon hacia el año 177, a Tracia, Siria y Mesopotamia a finales del siglo II y a Africa
después del año 200. En la mitad occidental del Imperio la vida del montanismo
fue relativamente efímera, pero en las provincias orientales la secta subsistió
hasta finales del siglo IV.