Cismas y herejías de los siglos II y III
A comienzos del
siglo II, el cristianismo continuaba sumergido en un ámbito de confusión,
controversia y cisma. Una Iglesia ortodoxa dominante, con una estructura eclesiástica visible, surgió solo
gradualmente, y representó un proceso darwiniano de selección natural, una
supervivencia de las sectas con mayor número de fieles, centradas en las
ciudades más importantes, y de las doctrinas con mejor capacidad de adaptación
al ambiente del Imperio Romano.
Las autoridades eclesiásticas consideran herejía todo pensamiento o idea que se aparte de sus directrices. |
En el judaísmo
en la época de Jesús, la herejía era ya un concepto maduro y enérgico. De ahí que, después de la
destrucción del Templo de Jerusalén, las autoridades judaicas ortodoxas
condenaran al cristianismo como una herejía. La herejía fue pues, otro legado
judaico a la Iglesia Cristiana. Los primeros cristianos en incorporar la idea
de herejía al cristianismo fueron los judeocristianos de Jerusalén a mediados
del siglo I, en los años 50, cuando acusaron a Pablo de hereje por sostener que se podía ser cristiano sin circuncisión
y sin aceptar la ley mosaica. Después de la desaparición de la Iglesia de
Jerusalén, hubo muchas variedades de cristianismo, y las herejías comenzaron a florecer
lujuriosamente. Por supuesto, todos los movimientos cristianos llamaban herejes
a sus rivales y se consideraban a sí mismos como la verdadera Iglesia y los
únicos depositarios de la verdadera doctrina.
Durante los
siglos II y III, los principales movimientos cristianos que compitieron con lo que después sería el
cuerpo principal de la Iglesia, fueron los gnósticos, los marcionitas y los
montanistas.
Los gnósticos
Los orígenes
del gnosticismo no son claros, y no es seguro si el gnosticismo precedió al
cristianismo o si se originó de él, pues tenía ideas y mitos de origen persa e influencias de grupos judíos
sincretistas (sincretista quiere decir
que trata de conciliar doctrinas o teorías diferentes). El gnosticismo
no fue una religión independiente, y ya
en el siglo II fue fundamentalmente un movimiento en el seno del cristianismo.
Los gnósticos, en medio de sus propias rivalidades, acosaron al cuerpo
cristiano principal de la Iglesia por todo el mundo mediterráneo, y sus ideas
tuvieron especial difusión en Egipto.
Hubo muchas
sectas gnósticas, con complejas mitologías que diferían de una secta a otra,
pero los elementos fundamentales comunes a todos los gnósticos eran la creencia
en un mundo dual donde el bien y el mal estaban en perpetuo combate, y el
conocimiento sobrenatural, la "gnosis", que afirmaba poseer una
explicación interior y secreta de la verdad, reservada a un número restringido
de hombres superiores que poseían una chispa divina e inaccesible a los simples
fieles, condenados a vivir en el mundo inferior de los sentidos. Este
conocimiento era dado por un ser mítico, el Salvador, quien había venido a este
mundo con forma humana, ascendiendo a continuación junto al Padre. Este
Salvador se identificaba generalmente
con Jesucristo. Los gnósticos también
creían en la predestinación, o sea que
la salvación o condenación de cada uno depende del destino y no de la conducta
ética o del libre albedrío del sujeto. Este tema ha seguido siendo objeto de controversia a lo largo de toda la
historia de la Iglesia.
El gnosticismo
utilizaba conceptos e ideas de otras religiones y deformaba sus doctrinas
creando misterio y misticismo alrededor de sus cultos. De las religiones persas
venía la creencia en un dios del bien y un dios del mal, y en la continua
guerra entre ambos. El dios del bien era tan remoto que estaba más allá de
la comprensión del hombre, y era el dios del mal quien había creado el mundo,
identificando a este dios con el Jehová del Antiguo Testamento. Según este
argumento, Jesús el Salvador había venido a la Tierra para rescatarla de
Jehová. Como es natural, los gnósticos eran decididamente antisemitas. Algunos
gnósticos intentaron asimilar al cristianismo a cultos mistéricos como los de
Atis, Mitra o Isis, muy populares por esa época en los imperios Romano y Parto.
En el siglo II hubo muchos escritores
gnósticos, entre quienes pueden destacarse Saturnino en Antioquía, Basílides en
Egipto, y Valentino en Roma. Sin embargo, sus escritos fueron destruidos y solo
los conocemos a través de las refutaciones de autores cristianos ortodoxos.
Los gnósticos
no constituyeron jamás una mayoría en el seno del cristianismo, pero parece que tuvieron una difusión lo
suficientemente grande como para poner en peligro la cohesión de las
comunidades locales en casi todo el Imperio Romano. Las Iglesias locales no tenían aún un sistema
teológico sólido que oponer al pensamiento gnóstico, por lo cual podían perder
a sus miembros que tuvieran inquietudes
intelectuales y que reflexionaran sobre su fe. La Iglesia reaccionó lentamente, pero en la segunda mitad del
siglo II esta reacción fue uno de los
motores que impulsaron la maduración intelectual del cristianismo.
CAPÍTULO SIGUIENTE: Los cristianos marcionistas y montanistas
Los capítulos publicados hasta ahora se pueden consultar en el Indice de capítulos publicados.
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