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miércoles, 7 de junio de 2017

11 - Expansión del cristianismo en el siglo II



Expansión del cristianismo en el siglo II

El emperador Adriano murió en 138 y lo sucedió Antonino. Fue un emperador bondadoso y humanitario que extendió e intensificó la política de suavidad con los  cristianos, facilitando su expansión. El periodo que se extiende desde el reinado de Adriano hasta mediados del siglo III presenció la transformación de la secta en Iglesia, es decir, en una institución con peso en la vida social, política y cultural de su tiempo.

Durante largo tiempo el cristianismo fue una  religión urbana, pues la población agrícola, conservadora y aislada de las nuevas corrientes de pensamiento, se mantuvo aferrada a sus viejas costumbres. De hecho, la palabra "pagano", usada para identificar a quien no era cristiano y que creía en alguna religión nativa, deriva de una palabra latina que significa "campesino", el que vive en el "pagus" o aldea. Aunque la gran mayoría de creyentes eran del proletariado urbano e inculto, el cristianismo también se difundió en cierta medida entre la gente culta y hasta algunos filósofos se convirtieron al cristianismo, como Justino, cuyos escritos llegaron a los emperadores Adriano y  Antonino, impresionándolos favorablemente y ayudando a que mantuvieran su política de tolerancia con el cristianismo.
La pesta azota al imperio romano en el año 166

Pero las persecuciones, que habían prácticamente desaparecido durante los reinados de Adriano y Antonino, volvieron durante el gobierno del emperador Marco Aurelio.  En el año 166 se desató una epidemia de peste, posiblemente viruela, traída del oriente por los soldados que combatían en la guerra contra los partos. La peste se extendió por las provincias, muriendo millones de personas y reduciendo notablemente la población de Roma y de todo el Imperio, debilitándolo económica y militarmente. Los cristianos dijeron que la peste era el castigo de Dios por todos los pecados de los paganos, ante lo cual el populacho acusó a los cristianos de tener la culpa de la peste, exigió venganza y se inició un nuevo período de persecuciones. Marco Aurelio era un emperador filósofo, tal vez el más conocido de los filósofos estoicos, y desaprobó tal persecución en principio, pero había poco que pudiera hacer para controlar muchedumbres enloquecidas.

Hacia finales del siglo II, la nueva religión ya no podía ser ignorada. Se destacaba de las demás religiones por la nobleza de sus ideales, la conducta de los adeptos, la negación del politeísmo y el rechazo de los cultos humanos. En realidad, el cristianismo parecía tener algo que agradaba a todo el mundo. La crucifixión y resurrección de Jesús, y los ritos con que se conmemoraban estos sucesos, recordaban las religiones mistéricas. Al anunciar la igualdad de todos los hombres ante Dios, tuvo la mayoría de sus prosélitos entre los que la sociedad humillaba, los pobres y los esclavos. La promesa de la vida eterna y la inminencia del Juicio Final y del retorno de Jesús causaba una impresión irresistible en los  espíritus de quienes escuchaban a los  predicadores. La vida en la Tierra solo era un ensayo temporal para someter a prueba los merecimientos de cada uno para la existencia real junto a Dios. El cristianismo ofrecía esperanza y consuelo a quienes sufrían las dificultades de la vida y el peso de sus pecados; a los creyentes los liberaba del temor a la muerte. La doctrina de la caridad y de la no  violencia atraía especialmente a las mujeres y la figura de María, la madre de Jesús, brindaba un suavizante toque femenino. Las costumbres cristianas eran austeras como las de los estoicos. En verdad, el cristianismo tenía una flexibilidad que el judaísmo nunca tuvo. Cuando el cristianismo se difundió entre personas que no sabían nada del judaísmo pero mucho sobre sus propias costumbres  paganas, el nuevo credo adaptó a sus propios fines la filosofía griega y las costumbres paganas.



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