Fin del siglo I e inicios del siglo II
La historia de las
Iglesias cristianas durante las dos generaciones posteriores al año 70
permanece en la sombra, pero la gran cantidad de escritos en lengua griega, provenientes de la época, permite
esbozar como continuó la evolución del cristianismo durante el final del siglo
I y el primer cuarto del siglo II.
A finales del
siglo I y durante las primeras décadas del siglo II no existía aún una Iglesia
única ni una organización o jerarquía. Las Iglesias locales tenían enseñanzas y
creencias discrepantes, cada una tenía
su propia tradición oral de la "historia de Jesús" y cada una
afirmaba haber sido fundada por alguno de los
discípulos originales. En consecuencia, se desarrollaron muchas
variedades de cristianismo. Al desaparecer la rama judeo-cristiana de Jerusalén,
la teología de Pablo se impuso y el Jesús histórico de la Iglesia de Jerusalén
se fue diluyendo.
Dichas
Iglesias eran comunidades de tamaño modesto, formadas por gentes sencillas y
algunas personas acomodadas. No hacían distinción entre una clase clerical y
los simples creyentes, no tenían templos ni lugares específicos para culto por
temor a las persecuciones y sus reuniones las celebraban en casas particulares.
Solo hasta el siglo II empiezan a
aparecer los obispos de cada ciudad, quienes al principio eran uno o varios de
los pastores que dirigían la comunidad religiosa, sin ser los jefes monárquicos
de las Iglesias en que se transformaron hacia finales del siglo II. Al avanzar
el siglo ya aparece la tendencia hacia la constitución de un clero, compuesto
por un obispo local, jefe de su comunidad, con sus respectivos ancianos y
diáconos.
El culto, (lo
que hoy llamaríamos la liturgia, los sacramentos y las ceremonias) estaba
completamente desorganizado y tenía gran
variedad de formas locales, pero la
diversidad se fue atenuando a medida que
las reuniones de las comunidades daban paso a imitaciones del culto en las
sinagogas. La lectura de las Escrituras judías y la predicación comentando el
pasaje leído se volvieron costumbre. La tradición oral de la vida y enseñanzas
de Jesús era aún muy importante, mientras que los Evangelios eran una literatura
de composición reciente, de difusión muy limitada, conocidos solo en la región
donde habían sido redactados y aún no se consideraban escritos sagrados ni se
leían en público. Solo al empezar el siglo
II, su importancia fue creciendo a medida que la tradición oral iba
dando muestras de agotamiento y se contaminaba con alteraciones locales.
También se generalizó
la celebración de la Eucaristía o "cena del Señor", la cual fue
evolucionando de ser un verdadero banquete a convertirse en una comida simbólica
e integrarse por completo en el culto semanal de las comunidades, habitualmente
celebrado en la noche del "sabat", o sea, en la noche del sábado al
domingo. La eucaristía y el bautismo tenían cierta similitud con los
sacramentos de las religiones mistéricas
de la época, y a principios del siglo II empezó a aparecer la idea de que la Eucaristía era un
"remedio de inmortalidad" que operaba
de manera casi mágica.
El problema
de las relaciones con el judaísmo fue una importante preocupación de los cristianos
de final de siglo y se escribieron numerosas epístolas sobre el tema; pero el endurecimiento del judaísmo
bajo la dirección de los rabinos de Jamnia, pequeña ciudad de Judea y nuevo
centro del saber judío, no dejó la más
mínima posibilidad de acercamiento entre esta religión y el
cristianismo. En Jamnia se decidió
cuales libros incluir y cuales omitir en la Biblia hebraica, diferente a la
versión "de los Setenta", recopilación en griego de las escrituras
judías, que utilizaban los cristianos. Los teólogos, acostumbrados a buscar en
ellas profecías referentes a Jesucristo, debieron definir que aspectos y
cuales obras les concernían de las
escrituras judías, lo cual causó interminables disputas y discusiones, que no
terminaron hasta los siglos siguientes.
De la Iglesia
judeocristiana de Jerusalén solo quedaron algunas sectas cristianas, como los
ebionitas y los nazarenos, las cuales veían a Pablo como el Anticristo y lo consideraban culpable de la
apostasía de tantos hermanos. Estas
sectas se localizaron en Palestina y Siria, de donde proviene el
Evangelio según Tomás, (evangelio
apócrifo, no aceptado por la Iglesia) y fueron
consideradas como heréticas por el cristianismo helenístico.
El emperador Domiciano |
A finales del
siglo I, los emperadores Vespaciano y Tito no organizaron persecuciones contra
los cristianos, pero bajo el reinado del emperador Domiciano, hijo de
Vespaciano y hermano de Tito, entre los años 81 y 96, se promulgaron leyes
contra los judíos y los cristianos y se realizaron persecuciones en varias
ciudades del Imperio, sobre todo en Asia Menor. Se cree que el Apocalipsis de
San Juan se escribió hacia esta época, como un llamado a las Iglesias de
provincia para que recobraran su
primitivo entusiasmo, el cual se había transformado en prudencia y resignación por el temor a las
persecuciones.
En el año
112, Plinio el Joven, gobernador de la provincia romana de Bitinia-Ponto,
organizó una gran persecución contra los cristianos de su jurisdicción. El
emperador Trajano se opuso a tales excesos, prefiriendo que los cristianos
fueran mantenidos a raya mediante el
miedo, pero sin llegar demasiado lejos con la represión. Durante estos años
hubo otras persecuciones locales pues los romanos seguían viendo a los
cristianos como ateos radicales que
atentaban contra las costumbres y tradiciones romanas.
El emperador
Domiciano fue asesinado en el año 96 y sucedido por un anciano senador llamado
Nerva. Era un hombre amable que suprimió las restricciones contra judíos y
cristianos, y antes de morir, en 98, nombró como sucesor al competente general Trajano. Durante el siglo I el
Imperio Romano había mantenido más o menos constantes sus fronteras, y con el
emperador Trajano hubo nuevas conquistas y el Imperio llegó a su máxima
expansión. El siglo II fue un buen siglo para el Imperio; desde el ascenso de
Nerva hasta la muerte del emperador Marco Aurelio en el año 180, el Imperio
pasó por ochenta y cuatro años que fueron principalmente pacíficos, y se
destacaron por gobiernos austeros y responsables, guiados por una serie de emperadores "buenos" que
aseguraron buenas administraciones, estabilidad
interna y externa, y prosperidad económica.
Durante el
siglo I, el cristianismo se había expandido por las ciudades de Asia Menor y
Grecia, y más tarde en la misma Italia, especialmente en la ciudad de Roma. En
el siglo II continuó su expansión por el Imperio Parto en Mesopotamia, por la mitad occidental del Imperio Romano y
por las costas africanas del Mediterráneo, como en la ciudad de Cartago. En
Egipto creció especialmente en la gran metrópolis de Alejandría y también hubo
progresos importantes en algunas ciudades de Italia e Hispania.
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