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viernes, 26 de febrero de 2016

9 - Fin del siglo I e inicios del siglo II



Fin del siglo I e inicios del siglo II

La historia de las Iglesias cristianas durante las dos generaciones posteriores al año 70 permanece en la sombra, pero la gran cantidad de escritos en lengua  griega, provenientes de la época, permite esbozar como continuó la evolución del cristianismo durante el final del siglo I y el primer cuarto del siglo II.

A finales del siglo I y durante las primeras décadas del siglo II no existía aún una Iglesia única ni una organización o jerarquía. Las Iglesias locales tenían enseñanzas y creencias discrepantes, cada una  tenía su  propia tradición oral de  la "historia de Jesús" y cada una afirmaba haber sido fundada por alguno de los  discípulos originales. En consecuencia, se desarrollaron muchas variedades de cristianismo. Al desaparecer la rama judeo-cristiana de Jerusalén, la teología de Pablo se impuso y el Jesús histórico de la Iglesia de Jerusalén se fue diluyendo.

Dichas Iglesias eran comunidades de tamaño modesto, formadas por gentes sencillas y algunas personas acomodadas. No hacían distinción entre una clase clerical y los simples creyentes, no tenían templos ni lugares específicos para culto por temor a las persecuciones y sus reuniones las celebraban en casas particulares. Solo  hasta el siglo II empiezan a aparecer los obispos de cada ciudad, quienes al principio eran uno o varios de los pastores que dirigían la comunidad religiosa, sin ser los jefes monárquicos de las Iglesias en que se transformaron hacia finales del siglo II. Al avanzar el siglo ya aparece la tendencia hacia la constitución de un clero, compuesto por un obispo local, jefe de su comunidad, con sus respectivos ancianos y diáconos.

El culto, (lo que hoy llamaríamos la liturgia, los sacramentos y las ceremonias) estaba completamente  desorganizado y tenía gran variedad de formas locales, pero  la diversidad se fue atenuando a medida  que las reuniones de las comunidades daban paso a imitaciones del culto en las sinagogas. La lectura de las Escrituras judías y la predicación comentando el pasaje leído se volvieron costumbre. La tradición oral de la vida y enseñanzas de Jesús era aún muy importante, mientras que los Evangelios eran una literatura de composición reciente, de difusión muy limitada, conocidos solo en la región donde habían sido redactados y aún no se consideraban escritos sagrados ni se leían en público. Solo al empezar el siglo  II, su importancia fue creciendo a medida que la tradición oral iba dando muestras de agotamiento y se contaminaba con alteraciones locales.

También se generalizó la celebración de la Eucaristía o "cena del Señor", la cual fue evolucionando de ser un verdadero banquete a convertirse en una comida simbólica e integrarse por completo en el culto semanal de las comunidades, habitualmente celebrado en la noche del "sabat", o sea, en la noche del sábado al domingo. La eucaristía y el bautismo tenían cierta similitud con los sacramentos  de las religiones mistéricas de la época, y a principios del siglo II empezó a  aparecer la idea de que la Eucaristía era un "remedio de inmortalidad" que operaba  de manera casi mágica.

El problema de las relaciones con el judaísmo fue una importante preocupación de los cristianos de final de siglo y se escribieron numerosas epístolas sobre el  tema; pero el endurecimiento del judaísmo bajo la dirección de los rabinos de Jamnia, pequeña ciudad de Judea y nuevo centro del saber judío, no dejó la más  mínima posibilidad de acercamiento entre esta religión y el cristianismo. En  Jamnia se decidió cuales libros incluir y cuales omitir en la Biblia hebraica, diferente a la versión "de los Setenta", recopilación en griego de las escrituras judías, que utilizaban los cristianos. Los teólogos, acostumbrados a  buscar en   ellas profecías referentes a Jesucristo, debieron definir que aspectos y cuales  obras les concernían de las escrituras judías, lo cual causó interminables disputas y discusiones, que no terminaron hasta los siglos siguientes.

De la Iglesia judeocristiana de Jerusalén solo quedaron algunas sectas cristianas, como los ebionitas y los nazarenos, las cuales veían a Pablo como el  Anticristo y lo consideraban culpable de la apostasía de tantos hermanos. Estas  sectas se localizaron en Palestina y Siria, de donde proviene el Evangelio según  Tomás, (evangelio apócrifo, no aceptado por la Iglesia) y fueron  consideradas como heréticas por el cristianismo helenístico.

El emperador Domiciano
A finales del siglo I, los emperadores Vespaciano y Tito no organizaron persecuciones contra los cristianos, pero bajo el reinado del emperador Domiciano, hijo de Vespaciano y hermano de Tito, entre los años 81 y 96, se promulgaron leyes contra los judíos y los cristianos y se realizaron persecuciones en varias ciudades del Imperio, sobre todo en Asia Menor. Se cree que el Apocalipsis de San Juan se escribió hacia esta época, como un llamado a las Iglesias de provincia  para que recobraran su primitivo entusiasmo, el cual se había transformado en  prudencia y resignación por el temor a las persecuciones.

En el año 112, Plinio el Joven, gobernador de la provincia romana de Bitinia-Ponto, organizó una gran persecución contra los cristianos de su jurisdicción. El emperador Trajano se opuso a tales excesos, prefiriendo que los cristianos fueran mantenidos a raya  mediante el miedo, pero sin llegar demasiado lejos con la represión. Durante estos años hubo otras persecuciones locales pues los romanos seguían viendo a los cristianos como ateos  radicales que atentaban contra las costumbres y tradiciones romanas.

El emperador Domiciano fue asesinado en el año 96 y sucedido por un anciano senador llamado Nerva. Era un hombre amable que suprimió las restricciones contra judíos y cristianos, y antes de morir, en 98, nombró como sucesor al competente  general Trajano. Durante el siglo I el Imperio Romano había mantenido más o menos constantes sus fronteras, y con el emperador Trajano hubo nuevas conquistas y el Imperio llegó a su máxima expansión. El siglo II fue un buen siglo para el Imperio; desde el ascenso de Nerva hasta la muerte del emperador Marco Aurelio en el año 180, el Imperio pasó por ochenta y cuatro años que fueron principalmente pacíficos, y se destacaron por gobiernos austeros y responsables, guiados por una  serie de emperadores "buenos" que aseguraron buenas administraciones, estabilidad  interna y externa, y prosperidad económica. 

Durante el siglo I, el cristianismo se había expandido por las ciudades de Asia Menor y Grecia, y más tarde en la misma Italia, especialmente en la ciudad de Roma. En el siglo II continuó su expansión por el Imperio Parto en Mesopotamia,  por la mitad occidental del Imperio Romano y por las costas africanas del Mediterráneo, como en la ciudad de Cartago. En Egipto creció especialmente en la gran metrópolis de Alejandría y también hubo progresos importantes en algunas ciudades de Italia e Hispania.



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