Los
judíos
Judea era una región
localizada al extremo oriental del Mediterráneo, en donde hoy se encuentra el
Estado de Israel.
Ubicación de Judea en el Imperio Romano |
Judea bajo los imperios Babilonio, Persa y Griego |
En 168 a.C.,
el monarca seléucida Antíoco IV declaró ilegal el judaísmo y trató de convertir a los judíos, de una vez por
todas, a la cultura y el modo de vida
griegos. La alternativa era la extinción. Los judíos se rebelaron y,
bajo el liderazgo de Judas Macabeo y sus hermanos, conquistaron su
independencia de los seléucidas. Durante casi un siglo, la mantuvieron bajo la
dinastía de los macabeos, y Judea pudo gozar de un corto período de libertad,
aunque bajo reyes que no eran de la
reverenciada "Casa de David".
En el año 63
a.C., los romanos estaban extendiendo su influencia y poderío militar hacia el
este del Mediterráneo. Por entonces, miembros de la familia macabea estaban luchando entre sí por el derecho a
gobernar Judea, y el bando perdedor solicitó la ayuda de los romanos. El general romano Pompeyo tomó
Jerusalén, y decidió que lo mejor y más seguro para Roma era suprimir
totalmente el reino macabeo y convertir
Judea en una provincia romana. Escogió al idumeo Antípatro, quien era
prorromano, para que se encargara del gobierno de Judea. Pompeyo sabía que Antípatro nunca podría contar con sus
propios súbditos y dependería del poder de Roma para conservar su trono. En el
año 43 a.C., Antípatro fue asesinado y sucedido en el gobierno de Judea por su segundo hijo,
Herodes. Pero en el año 40 a.C. los partos invadieron Siria y Judea, y solo
después de una guerra de tres años Herodes recuperó el poder con ayuda de los
romanos.
Herodes,
conocido como Herodes el Grande para distinguirlo de sus descendientes, trató
de ganarse al pueblo judío practicando su religión y mejorando el templo de
Jerusalén hasta el punto que superó el templo original de Salomón. Pero Herodes
era un hombre cruel que incluso no tuvo escrúpulos en ordenar la ejecución de
esposas o hijos a los que juzgaba peligrosos, y era detestado por los judíos
antirromanos, quienes lo veían como al restaurador de las cadenas de Roma sobre
esa tierra.
Entre los
judíos una esperanza había ido creciendo a medida que los siglos pasaban y un imperio
tras otro - babilonios, persas, griegos y romanos - los tiranizaban. Creían que algún día un descendiente del rey
David retornaría para convertirse en su rey y devolverles la independencia,
barrer con todos sus enemigos, y crear una gran nación con capital en
Jerusalén. Puesto que los judíos consagraban a sus reyes ungiéndolos con aceite
sagrado, llamaban al rey "el ungido"; en hebreo, ésta expresión
corresponde a "mesías". Los judíos, pues, esperaban la llegada de
"El Mesías", y sus tradiciones
incluían varias profecías que pronosticaban su venida al mundo. Esta esperanza
tenía visos no solamente político - militares, sino también místico -
religiosos; muchos judíos creían que el Mesías haría más
que solamente liberar Judea, y que su advenimiento iniciaría un nuevo
reino de justicia y santidad en la Tierra, mientras todo el mundo rendiría
culto al único Dios verdadero.
En la Judea
de aquellos años, gobernada por el odiado Herodes y sometida a Roma, se produjo
un recrudecimiento del mesianismo. Muchos individuos pretendieron ser el Mesías
y siempre hubo quienes estaban dispuestos a creer en el carácter mesiánico de
cualquiera que se lo atribuyese. Hubo revueltas bajo el liderato de tales
hombres en los reinados de Herodes y de sus sucesores, todas las cuales fueron
derrotadas. Herodes y los romanos vigilaban cautelosamente a todos esos
supuestos mesías, pues los consideraban como una fuente invariable de todo
género de problemas y perturbaciones.
En este
escenario, en el ambiente mesiánico de Judea sometida al yugo del Imperio
Romano, es donde se inicia la vida de quien originó la aparición del más
importante movimiento espiritual del mundo occidental, Jesús de Nazaret.
CAPÍTULO SIGUIENTE: Jesús de Nazaret
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